27.8.07

El Patio Trasero

La anterior semana publiqué este artículo en El Semanal de mi amigo Quintacho, espero sus opiniones sobre el tema amigos bloggers.

Aprovechando el fin de semana largo que conmemoraba el aniversario de nuestro país, algunos amigos y yo decidimos salir de la ciudad a manera de regalar a nuestros pulmones con el aire puro de Coroico y a nuestros acelerados ánimos con cerveza helada, que tan bien cae en el calor de los Yungas.
Reservamos espacio en un alojamiento algo alejado del pueblo, pues en fechas como ésta Coroico se convierte en un hervidero, adquiriendo cierto matiz citadino, justamente lo que queríamos evitar. Las cosas salieron de maravilla: nos divertimos entre humedad y niebla como si fuese la última vez. La frenética seguidilla de canciones de buenos borrachos y las grandes reservas de agua de la vida permitieron que la euforia se trocase en sueño, el sueño en humor, y el humor en euforia otra vez; así el cuento hasta el inevitable rato de volver a la triste realidad del trabajo en la ciudad. Fue un viaje de aquellos, uno de los periodos más largos en que dejé de pensar en mañana y preocuparme por cualquiera de esa pavadas que solemos inventar para preocuparnos. De hecho pasó lo mismo con el resto, pues nadie se acordó de ir al pueblo a reservar pasajes con un día de anticipación.
Terminal de Coroico, lunes en la tarde, la gente bordea el pánico y está dispuesta a meter un codazo y hasta un puñete para colarse en la fila que no avanza, la incertidumbre es total, alguien dijo que “posiblemente” habiliten pasajes, pero nadie sabe si ese alguien era la boletera de la línea. Dicen que a veces hay espacio en los buses de los que llegan a Coroico en bicicleta, entonces hay que pararse en la salida del pueblo a ver si la suerte o la piedad de un chofer están de nuestro lado. Si hubiese una mujer en el grupo, sus habilidades pestañeando podrían servir, pero las chicas ya se fueron en la vagoneta del padre de una de ellas, que estaba en el pueblo. Somos cuatro tipos sudorosos y empolvados sin opción, hay que llegar a trabajar sí o sí al día siguiente. ¿Qué hacer? Subimos a la plaza a ver si hay algo, miramos a un lado y al otro, los carro particulares van rumbeando la ciudad, a ver si encontramos algún conocido entre ellos… nada… el tiempo pasa y la desesperación crece. “Voy a la terminal otra vez, si encuentro algo los llamo”, me separo de mis amigos sin mucha convicción.
Husmeo entre las boleterías y luego voy a los carriles donde estacionan los buses. ¡Ta ran!, una vagoneta de esas largas en las que caben cuatro personas cómodas; con esfuerzo, y doblándose en ocho, en la parte de atrás entrarían otras cuatro. Está el chofer acomodando su llanta de auxilio y, expectantes, dos turistas de esos que pasean por San Francisco y sus alrededores en La Paz como si estuviesen entrando al monte: con grandes mochilas, chanclas, sombrero y chompa de imitación de alpaca.
“Che hermano, ¿tienes espacio en la vagoneta?” “Contrato es, está lleno”. “¿Cuántos estás llevando” “Cuatro”. “Nosotros viajamos aquí atrás, no importa, te pagamos como pasajes de bus, somos cuatro también”. “No van a querer estos gringos”. “Yo les charlo hermano”. Hablo con los extranjeros y me proponen pagar menos de lo que habían acordado con el chofer en caso de que utilicemos la parte trasera de su vagoneta. El chofer se niega a la oferta en principio: “más pesado, se gasta más gasolina, no se corre bien”, “Si vamos nosotros vas a ganar más que con el contrato que habías hecho con ellos”, le ofrezco un poco más, él pide un poco más todavía y quedamos en un punto intermedio. Les digo a los gringos que el trato está cerrado, y el más viejo de ellos me dice que está apurado, que si van a venir otros vengan de una vez. “Están en camino, también estamos apurados, mañana trabajamos”, le respondo.
Dos de mis amigos trabajan en una importante consultora ejerciendo su profesión, al otro no le va mal, yo cuento con un trabajo estable; vivimos en barrios privilegiados de la ciudad… de ninguna manera me molesta viajar doblado en ocho, no, no, pero el dolor de cuello y espalda que duró tres días me invita a pensar un poco en lo siguiente.
Para cualquier ciudadano del primer mundo o del segundo, gane mucho o poco dinero, venir a pasear por Bolivia le sale regalado, es como irse a dar una vuelta por el patio trasero de la casa, claro, y nosotros terminamos en la parte trasera del auto del patio trasero del mundo. Pasear por Bolivia puede resultar pintoresco y divertido, sólo hace falta curiosidad. Si limpias pisos en Chicago tranquilamente te das unas vacaciones de lujo en Santa Cruz, y como eres rubio y alto es muy probable que alguna mujer bella o un hombre simpático caiga ante tus encantos. Es más, yo conozco a una muchacha que estudia en cierta prestigiosa universidad privada de La Paz cuya mayor aspiración es conocer a un europeo en un boliche, enamorar, casarse y salir del país. Esto es más que chiste u ocurrencia, es triste y grave. Ella lleva años en la faena, y empieza a desesperarse por la extraña sensación de que el culo se le chorrea y su tren se va. ¡Qué mentalidad como estrecha!, yo digo. Y pienso además que este caso es totalmente distinto al de los que realmente padecen las circunstancias de nuestro país, y desesperados deciden lanzarse a la posibilidad de una mejor vida fuera de nuestras fronteras. Eso de soñar una mejor vida afuera se ve a todo nivel y todos en algún momento lo hemos pensado, uno de cada dos bolivianos quiere irse, y eso nada tiene que ver con el amor que le tenemos a nuestra tierra, nuestra cultura, nuestra forma de vivir.
Fuerzas ajenas a la voluntad de los ciudadanos del mundo que somos hacen que la situación del extranjero en Bolivia sea la otra cara de la situación de un boliviano en el extranjero. Varias ideas se me quedan en el tintero respecto a este tema, y otras tantas por rumiar. A usted, amigo lector, ¿le parece injusto? ¿Qué podemos hacer al respecto?

16.8.07

De los trece

Imagino haberte amado sin la gravedad de los trece, esa gravedad sacada de los pelos, traída de no sé dónde, ese resabio de una estrella sin luz hace miles de años, esa ceniza capaz de contaminar mi corazón… debieras enterarte que la estrella enferma termino de morir y en este instante te estoy amando como si nada: como el sol reverbera en un acto de amor al agua, como la música del campo recreándose sola, como el indómito espíritu que nos habita; por este instante, amándote más allá del pasado y el futuro, soy de una vez artista.

13.8.07

Cicatriz: un libro de cuentos de Eduardo Alvarez Sanchez

Dos reseñas de dos cuentos cotidianos

Gabriel Pantoja G.
El pájaro errante

Al autor lo conocí un lunes a las ocho de la noche, en un boliche, cuando los vasos están limpios y el vino no escasea. Me compartió sus inquietudes literarias. Hablamos un poco de poesía, de escrituras alternas, y fue esa imprudencia mía preguntarle si había publicado algo reciente. Para mi sorpresa, sacó un libro como se saca un pañuelo del bolsillo. Me lo dedicó esa vez; ahora creo que lo pensaría dos veces, pues, cometió una imprudencia. Al finalizar la noche le prometí reseñarlo, o algo parecido. Han pasado varias semanas y esto ya se convertía en una mentira más.

Cicatriz
Desde la dedicatoria puedo colegir el rasgo de la profesión del autor: “A mi padre por enseñarme a jugar”. El juego, como quien diría, es una función elemental de la vida humana, sin él, prácticamente, no existiría cultura. Lo lúdico está presente en nuestro destino humano, y generosamente para el artista. Esta introducción es la primera pauta de lo que serán en posteridad los cuentos del autor. Hojeando el libro más allá y después de esta dedicatoria me encuentro con la primera cicatriz-estimo-, el prólogo. Sobre el prologuista debo decir ciertas cosas, su fidelidad con el autor, su falta de sinceridad, si no, su escaso conocimiento del género. Recuerdo aquel prólogo de Manfredo Kempff S. que hizo a Esa distancia particular, libro de poemas de Mauro Bertero, que empieza diciendo: “Nunca he sido conocedor de la poesía, ni me he preciado de haber sido, tampoco, un gran lector…”¡Modestia aparte! ¡Excusa por demás! El prólogo cuando no es bueno es impertinente y por tanto innecesario. A este libro no le falta un prólogo de esta magnitud.

“Cicatriz”

Un momento en la vida de un talentoso peluquero es sin duda el cuento “Cicatriz”, el primero de este libro, de Eduardo Alvarez. Encontramos en este cuento un bello reflejo de la posibilidad del hombre frente a su entorno. El personaje nacido de la clase media pobre se enfrenta con cierta capacidad a la realidad cotidiana.

La cotidianidad es un espectáculo que hay que recrearlo con mano hábil. Hay una lucha patética y trágica en ella. El autor comprende esta posibilidad y se entrega no a la piadosa contemplación sino a la acción ritual de la realidad en el corte de pelo. Hay un acto romántico en esta vinculación peluquero y cliente, una ceremonia cotidiana. Así lo pensé mientras leía este cuento.

Romper la apatía del lector quien se aferra a su realidad es difícil. Por eso creo que las historias que se relacionan con su cotidianidad recrean su vida; se ven identificados con la reflexión de su rutina. “Cicatriz” es algo así. Una hermana solterona y una madre divorciada y el padre enfermo es la imagen del hogar que queda. Al hijo rebelde-alejado de la casa paterna-sólo le queda la posibilidad de la sobrevivencia, aunque, no patética, pues, éste, le saca partido a la adversidad con humor.

Aunque subyacente pero procaz la narración nos envuelve en esa cara de la vida, el juego. Si hay un límite a este desenfreno es la imagen del padre enfermo, que al final muere. Hay frivolidad, sí, en alguno de sus actos del personaje, como el de cortar la oreja a un cliente y estar tan tranquilo al respecto, o gritarle al chofer de un micro. Si de símbolos hablamos en la cabeza del personaje hay una cicatriz. Esta cicatriz, causa o no de su irreverencia, permite que cada escena sea un acto lúdico. El narrador es irónico, hilarante y desenvuelto con esta imagen.

“La verruga y el infierno”

“La verruga y el infierno” es otro de los cuentos de este mi amigo escritor. El argumento es sencillo, hay una deudora llamada Gabriela y como acreedores una familia, entre los cuales hay una Gabriela, la narradora. Se produce al final un crimen. La excusa para este crimen-si es que hay una excusa para el crimen-, la verruga en el rostro de la abuela. El primer párrafo de este cuento y el último son perfectas maquinarias narrativas: principio y culminación. Perfectas digo porque hay una construcción anticipada de los hechos y un juego de sentidos. Nadie se daría cuenta que el cuento acabaría con una muerte, injustificada viendo las circunstancias que lo condujeron. Gabriela es una niña con rasgos dulces e inocentes, nadie sospecha que tiene una intensión para con su abuela. Críticos podrían argüir la culpa a las películas que vio, pero yo podría decir, el culpable es la imaginación desbordante de infancia. Ella nos entretiene a nosotros incautos lectores, y hasta aburre con la historia de los problemas financieros de su familia, pero de forma insospechada está abriendo el camino para su acto final.

Si en una palabra definiría Cicatriz es COTIDIANIDAD. Si algo le criticaría a su autor es su libertad de estilo temprano, su sinceridad en algunas entradas. Estas posibilidades expresivas en mano de un escritor joven son meros experimentos, como es el caso de “Correspondencia extraviada”. Como el titulo lo señala son correspondencias, pero el caso está en que, un cuento en esta magnitud no sobresale. La correspondencia se limita, en todo caso, a la comunicación a secas y no así al hecho narrativo-ficcional. La utilización de la primera persona (recurso autobiográfico), en este caso no constituye para el argumento íntegro y nos señala historias fragmentadas o varias voces, entre el remitente y el destinatario. Hay una propuesta al respecto interesante de Silvina Ocampo de un cuento en correspondencia titulada “La casa de los relojes”, en el libro de cuentos La furia. En este cuento la historia se desenvuelve según el argumento autobiográfico del que remite; en esta comunicación, no participa el destinatario que en todo caso, debería ser de forma implícita el mismo lector. Correspondencia aparte y cuento será mejor en Cicatriz.

6.8.07

Fragmento de Seinfeld

Hay un capítulo de Seinfeld que se llama “The Mango”, es buenísimo, y se cierra con este fragmento:

El orgasmo femenino es un poco como la baticueva, muy pocos saben dónde queda y, si tienes la suficiente suerte de verla, es probable que no sepas cómo llegaste allí, ni cómo salir cuando quieras irte.
Hay dos tipos de orgasmo femenino: el verdadero y el fingido. Y les confieso, como hombre: no sabemos diferenciarlos, no, no. Porque para los hombres el sexo es una especie de accidente de tránsito, y determinar el orgasmo femenino es responder al interrogatorio: ¿qué vio luego de perder el control del carro? Escuché varios sonidos escandalosos… hubo un punto en que miraba en dirección incorrecta, y al final mi cuerpo salió volando.