En mi caso la actividad literaria comenzó como un juego arbitrario, supongo que es así siempre. Cortazar dice: “si a los niños los dejasen solos con sus juegos, sin forzarlos, harían maravillas”. Yo me distraía con unas cuantas palabras, y luego fui descubriendo que allí había algo más.... y sí que lo hay.
Considero que el buen arte debe ser divertido y lleno de humor, pero llega el momento en que hay que tomárselo en serio, tomar en cuenta las reglas del juego y el rigor que precisa, sin olvidarse jamás de la diversión y el humor; o sea, es un trabajo serio en el que uno no debe tomarse muy en serio... las veces que me olvidé de la diversión al escribir, caí en un intrincado atado de chistes estrafalarios y sentimientos fingidos.
Sin duda he tenido varios momentos de estreñimiento y otros pocos de lucidez, el asunto es seguir escribiendo y quedarse con lo bueno. Cicatriz contiene lo bueno de mi trabajo, estoy orgulloso del libro y me atrevo a compartirlo con el lector. Confieso que cuando estaba terminado, los temores ante la publicación eran mayores que el coraje, y no es que ahora hayan desaparecido, pero se han aplacado en gran medida gracias a las personas que trabajaron conmigo en el proceso de edición. A esos grandes artistas y profesionales ahora voy a agradecerles.
Mi amigo Gustavo Díaz, arquitecto y diseñador, compuso la tapa del libro y las fotografías que van al principio de cada cuento a modo de carátula; y me sacó la foto de la solapa y todo. Además de la entrañable relación que hay entre nosotros, Gustavo disfruta de mi trabajo tanto como yo del suyo. Fue un placer conversar en el estudio que tiene atrás de su casa, apartado del mundo, y acordar la primera impresión que queríamos dar con el libro.
Gustavo es fanático del “Heavy Metal” y su vida es bastante “Heavy Metal”, no son gratuitas las tonalidades sombrías de sus gráficos, que combinan tan bien con mis relatos; y si mi amigo es un tipo oscuro, se debe precisamente a la diafanidad de su espíritu artístico: la carilla de Correspondencia Extraviada no la he terminado, porque es el cuento que menos me gusta, todavía estoy buscándole algo... me advirtió cuando tenía listo todo lo demás. Yo le dije que ese cuento era importante para mí, él ya lo sabía (buen trecho venimos recorriendo juntos) y de todas formas se lo dije, sabiendo que iba a encontrar algo que ofrecerle al cuento.
Daba por terminada la parte gráfica del libro cuando Gustavo salió al paso sugiriendo que pusiera mi foto en la solapa: es tu primer libro y la gente va a querer conocerte, arguyó. No sé explicar el motivo que me había llevado a hacerle el amague a esa foto “del autor” cuya posibilidad siempre estaba ahí. ¿Acaso quería mantenerme en el misterio? ¿Temía salir feo?... ¿Qué sería? El asunto es que mis otros amigos, Marcelo Prada y Nelson Bravo, apoyaron la sugerencia, y esa misma noche me confié a su conversación mientras cada cual sostenía, a diestra y siniestra, una lámpara, en tanto que Gustavo me disparaba su flash de frente. Un momento para la posteridad en el que deberían aparecer también las caras de mis amigos a todo color.
Con la asistencia de ellos, luego de que Marcelo propusiera no sobrecargar la contratapa con demasiadas letras, que sólo conseguirían atosigar al lector, dirimí sobre el fragmento del prólogo que debería ir en la contratapa.
Es simple: sin sus ideas no hubiese sabido qué hacer en ciertos tramos, y lo que es más importante, sin la presencia de estos entrañables seres hubiese sido imposible tal despilfarro de vino y buena conversación en la challa de la primera prueba completa.
Supongo que en esa u otra noche amable le pedí a Nelson —ingeniero de sonido, músico y compositor— que tocase un temita cuando presentemos el libro (entonces calculé que sería en marzo). Yo ya le había dado una copia de Cicatriz, y antes de marcharse a Santiago de Chile, donde vive, me entrego un CD con una composición suya titulada Cicatriz. Contó: cuando he terminado de arreglarlo, me he puesto los audífonos y la he escuchado con los ojos cerrados, me he conmovido y he llorado.
El tema que hizo Nelson en el piano evoca en mí la misma emoción de cuando estaba escribiendo el cuento, ¡qué gran motivo para las lágrimas el escucharlo una y otra vez en mi cuarto sin luz! Los seres humanos somos capaces de comunicarnos y de encontrarnos en lugares metafísicos comunes a través del milagro del arte. ¡Gracias Nelson! Hasta este viaje tuyo no había sentido en tal magnitud el poder de la música por sí misma.
El poder de la imagen lo sentí al observar detenidamente la carilla del cuento Cicatriz en la prueba: ahí logré ver lo que había escrito, es mi carilla favorita, aunque la mejor composición de Gustavo aparece en La verruga y el infierno, el relato que más le gustó a él.
Creo que el arte es esencialmente un acto de amor. En mis escritos aparecen muchos demonios, después de saber que escondemos muchos demonios dentro, de conocerlos y de compartirlos, somos capaces de compartir también el amor. ¡Que el arte sirva para eso!
Pusieron también el corazón en este libro Margarita Behoteguy, corrigiendo codo a codo los cuentos conmigo, una y otra vez, para que no se nos fuera ningún detalle. Hilda Lucci de Argentina, con quien corregí Cicatriz temiendo que cualquier ciudadano que no fuera paceño y tuviese una cicatriz se perdiera en las calles por las que trajina mi personaje; le debo la distancia a Hilda. Ricardo García de la imprenta Punto de Encuentro, que con su profesionalismo y experiencia nos dio la seguridad de un material de calidad. Daysi Zeballos, que administra Punto de Encuentro siempre con una risa y una sonrisa para regalar. Mi tía Lourdes y mi tío Edmundo, sin cuyo apoyo este libro no hubiese sido posible. Mis padres y mi hermano, que sembraron en mí la curiosidad por los asuntos del espíritu. Los amigos que siempre me han leído. Rodrigo Rojas, con quien desperté a esta otra posibilidad de vida. Cerrando este círculo está Jaime Iturri Salmón, con ese magistral prólogo en el que me sentí un hombre comprendido a pesar de hacer las cosas a mi manera; gracias Jimmy...
...y de cualquier manera la última palabra será la del lector, en cuyas manos dejo mi trabajo.
Eduardo Alvarez Sánchez
3.4.06
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