Desde que dejó La Paz, Rodrigo Rojas ha vuelto unas cuantas veces sin compromiso alguno con sus seguidores, fanáticos y la gente que lo ve y entrevista en la televisión. Para sus amigos y para su familia esos viajes han sido un lujo de frasco chico, motivo de alegría y jolgorio. Pero seguramente, igual que a mí, a sus otros allegados los ha poseído una profunda melancolía al verlo llegar y partir. Rodrigo parece ser un portador de esa sensación, además de un comprobado cargador de la memoria. No sé si su peor enemigo es la memoria, pero sin duda es la mayor arma que esgrime ante la desafiante guitarra que siempre lo espera para vivir y ante el papel sin cuadrícula donde caben sus letras, alas y todo.
Rodrigo llega de visita a su cuarto de frío miraflorino en busca de nuevos recuerdos además de los que Esther, su mamá, guarda en varias cintas de video y algunas de audio, en fotografías y en anécdotas que deshoja entre risas cuando, sin otra excusa que la buena charla, me aparezco en esa casa que siempre aguarda por mí con algo caliente para beber.
No me extrañaría que alguna de esas mañanas en las que nadie espera que se despierte temprano, Rodrigo hubiese llegado vencido por la noche paceña como por un gigante sin rostro a desenterrar del jardín de su abuela el casete de zambas argentinas que con apenas cinco o seis años arrebató a su madre luego de un viaje familiar de varios días, en los que cabían tranquilamente los sesenta minutos de la cinta, repitiéndose una y otra vez.
Quisiera saber si Rodrigo adora o desprecia las repeticiones, en todo caso, las señala con admiración cuando recorremos los lugares por los que pasamos hoy como ayer, como si no existiese el tiempo. “Los sueños que se pueden lograr. A la salida del colegio hablábamos de ellos igual que ahora, y seguimos en ese camino”, me dice cuando atravesamos la pasarela sobre la avenida de los autos que van a más de cien, allí, además de nosotros, se detienen dos muchachos, uno de pelo largo y castaño, el otro de piel morena y risa estruendosa. La pasarela es larga, y luego está sobre el río Choqueyapu. La mayoría de los estudiantes la pasan día a día, durante sus años escolares, sin enterarse que desde allí se puede observar de lejos el colegio. Pocos se van a detener a mirar fijamente el agua que corre, menos van a descubrir luego la magia de la pasarela que avanza dejando estela en la quietud del agua sucia.
Yo descubrí ese tipo de cosas con Rodrigo Rojas. Nada raro que un día mi amigo logre recuperar de debajo del machihembre que ya no hay en su antesala, el tesoro que hace mucho escondió: un cuaderno con un cuento escrito por la mismísima mano de ese niño de diez años que ahora va rumbo a los veinticinco, casado, sosteniendo cuerpo y alma con los turnos rutinarios y los conciertos exclusivos que da en boliches mexicanos, siempre de la mano de su mujer.
“Con el último concierto que hice en El breve espacio días antes de viajar, me di cuenta de que llegué mucho más lejos en el D.F. que en La Paz. En el boliche caben cien personas, pero esa noche había más, estaba atestado, y la gente pedía canciones mías que ni siquiera están en el disco, se las conocen sólo de venir a verme, incluso se saben letras completas. Algunos lloraban cuando canté el tema que les escribí a mis hermanos”. Cuenta entre las tantas cosas que conversamos. “Me va encantar asistir a uno de esos conciertos cuando vaya a visitarte”, le digo, y me acuerdo de un recital en el teatro al aire libre, cuando admirábamos con ingenuidad a un compositor e intérprete que conmovía a las masas. Rodrigo entonces llevó una grabadora en la que pretendía eternizar el espectáculo, pero quedó muy de fondo la música y, en cambio, mi voz, ya gruesa a los trece, sonaba clara en su insistencia por que Rodrigo cantara. “A ver cantá, a ver cantá”, escuché avergonzado hace un par de años, y ahora lo apunto en este escrito como una constancia de mi admiración por Rodrigo aquel entonces, cuando fundamos ese equipo de fútbol titular con los eternos suplentes del curso. Antes de que escribiésemos juntos tres obras de teatro estudiantil, y de que formásemos el ya desaparecido grupo de música Savitar.
Todo, para terminar diciendo que todavía lo admiro. Menos mal, sin la torpeza y el fanatismo de la edad en que uno venera por igual estrellas de rock y amigos talentosos, y que en mí duró bastante. Ahora lo admiro más bien con el aprecio de quien conoce lo que ama, y cultiva la curiosa amistad que no lleva a ningún lado, esa delicia en la que siempre habrá tela por cortar.
Rodrigo trajo esta vez a La Paz la grabación masterizada del disco que en poco tiempo empezará a difundir. Suena de maravilla. Los instrumentos, grabados todos sobre su guitarra, logran conservar la pureza de su interpretación cargada de sentimiento. Los sonidos nacen y mueren por el bien de cada canción. Rodrigo, luego de cinco años, canta Anette como si la hubiese compuesto ayer, y ama a Anette como si aún no le hubiese dado el primer beso. Del centenar de canciones que guardaba sin editar, seleccionó las que conformarían un disco sólido, y con esta decena lo ha logrado. El éxito en Bolivia lo ha mantenido imperturbable; del éxito internacional, los amigos sólo esperamos que sus canciones tengan el trato que merecen y que sus anécdotas queden perpetradas en la risa, como hasta ahora ha sucedido. ¡Larga vida a las cuerdas, hermano mío!
Eduardo Alvarez Sánchez
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7 comments:
Acaso la amistad se forje en torno a la mutua admiración ¿no?
Pero que lindo es tener el recuerdo de lo compartido con un amigo y que lindo el poder recordarlo y compartirlo todavía con él y ver el camino recorrido.
¡Pucha!, me agarro la nostalgia che...
Felicidades por el blog, te hemos añadido a la lista de blogs bolivianos http://blogsbolivia.blogspot.com
Soy Monse de méxico. Colaboro en una página que difunde la música de autor por internet. http://www.trovando.com/
y hace un par de días conocí a Rodrigo...
no sabes cuánta alegría me dió poder escucharlo en vivo, en un concierto. Y efectivamente... la gente le pide que cante mas canciones :D
bueno, a lo que voy.. es que le acabo de entrevistar acerca de su nuevo disco "la danza del deseo" pasate para que leas la entrevista :D
sé que te va a gustar....
y gracias por compartir tus vivencias junto a Rodrigo...
ahora lo admiro mucho mas....
Saludos...
Qué buena entrevista Monse! Realmente es facinante ver el que era Rodrigo hace años cuando dejó Bolivia, y el que es ahora y se refleja en tu entrevista. Doblaste mis ganas de haber estado ahí, menos mal lo tendremos pronto aquí deleitándonos con su trabajo. Un abrazo desde La Paz.
Hola Eduardo....
acabo de subir a mi página http://www.myspace.com/mosquitol0co
unos videos de Rodrigo....
están del lado izquierdo...
para que los cheques jajaja
Saludos
Eduardo, soy yo nuevamente...
me gustaría platicar contigo para comentarte un par de cosas,
te dejo mi correo en msn
ojalá coincidamos. gracias
mon.mosquito@gmail.com
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