La anterior semana publiqué este artículo en El Semanal de mi amigo Quintacho, espero sus opiniones sobre el tema amigos bloggers.
Aprovechando el fin de semana largo que conmemoraba el aniversario de nuestro país, algunos amigos y yo decidimos salir de la ciudad a manera de regalar a nuestros pulmones con el aire puro de Coroico y a nuestros acelerados ánimos con cerveza helada, que tan bien cae en el calor de los Yungas.
Reservamos espacio en un alojamiento algo alejado del pueblo, pues en fechas como ésta Coroico se convierte en un hervidero, adquiriendo cierto matiz citadino, justamente lo que queríamos evitar. Las cosas salieron de maravilla: nos divertimos entre humedad y niebla como si fuese la última vez. La frenética seguidilla de canciones de buenos borrachos y las grandes reservas de agua de la vida permitieron que la euforia se trocase en sueño, el sueño en humor, y el humor en euforia otra vez; así el cuento hasta el inevitable rato de volver a la triste realidad del trabajo en la ciudad. Fue un viaje de aquellos, uno de los periodos más largos en que dejé de pensar en mañana y preocuparme por cualquiera de esa pavadas que solemos inventar para preocuparnos. De hecho pasó lo mismo con el resto, pues nadie se acordó de ir al pueblo a reservar pasajes con un día de anticipación.
Terminal de Coroico, lunes en la tarde, la gente bordea el pánico y está dispuesta a meter un codazo y hasta un puñete para colarse en la fila que no avanza, la incertidumbre es total, alguien dijo que “posiblemente” habiliten pasajes, pero nadie sabe si ese alguien era la boletera de la línea. Dicen que a veces hay espacio en los buses de los que llegan a Coroico en bicicleta, entonces hay que pararse en la salida del pueblo a ver si la suerte o la piedad de un chofer están de nuestro lado. Si hubiese una mujer en el grupo, sus habilidades pestañeando podrían servir, pero las chicas ya se fueron en la vagoneta del padre de una de ellas, que estaba en el pueblo. Somos cuatro tipos sudorosos y empolvados sin opción, hay que llegar a trabajar sí o sí al día siguiente. ¿Qué hacer? Subimos a la plaza a ver si hay algo, miramos a un lado y al otro, los carro particulares van rumbeando la ciudad, a ver si encontramos algún conocido entre ellos… nada… el tiempo pasa y la desesperación crece. “Voy a la terminal otra vez, si encuentro algo los llamo”, me separo de mis amigos sin mucha convicción.
Husmeo entre las boleterías y luego voy a los carriles donde estacionan los buses. ¡Ta ran!, una vagoneta de esas largas en las que caben cuatro personas cómodas; con esfuerzo, y doblándose en ocho, en la parte de atrás entrarían otras cuatro. Está el chofer acomodando su llanta de auxilio y, expectantes, dos turistas de esos que pasean por San Francisco y sus alrededores en La Paz como si estuviesen entrando al monte: con grandes mochilas, chanclas, sombrero y chompa de imitación de alpaca.
“Che hermano, ¿tienes espacio en la vagoneta?” “Contrato es, está lleno”. “¿Cuántos estás llevando” “Cuatro”. “Nosotros viajamos aquí atrás, no importa, te pagamos como pasajes de bus, somos cuatro también”. “No van a querer estos gringos”. “Yo les charlo hermano”. Hablo con los extranjeros y me proponen pagar menos de lo que habían acordado con el chofer en caso de que utilicemos la parte trasera de su vagoneta. El chofer se niega a la oferta en principio: “más pesado, se gasta más gasolina, no se corre bien”, “Si vamos nosotros vas a ganar más que con el contrato que habías hecho con ellos”, le ofrezco un poco más, él pide un poco más todavía y quedamos en un punto intermedio. Les digo a los gringos que el trato está cerrado, y el más viejo de ellos me dice que está apurado, que si van a venir otros vengan de una vez. “Están en camino, también estamos apurados, mañana trabajamos”, le respondo.
Dos de mis amigos trabajan en una importante consultora ejerciendo su profesión, al otro no le va mal, yo cuento con un trabajo estable; vivimos en barrios privilegiados de la ciudad… de ninguna manera me molesta viajar doblado en ocho, no, no, pero el dolor de cuello y espalda que duró tres días me invita a pensar un poco en lo siguiente.
Para cualquier ciudadano del primer mundo o del segundo, gane mucho o poco dinero, venir a pasear por Bolivia le sale regalado, es como irse a dar una vuelta por el patio trasero de la casa, claro, y nosotros terminamos en la parte trasera del auto del patio trasero del mundo. Pasear por Bolivia puede resultar pintoresco y divertido, sólo hace falta curiosidad. Si limpias pisos en Chicago tranquilamente te das unas vacaciones de lujo en Santa Cruz, y como eres rubio y alto es muy probable que alguna mujer bella o un hombre simpático caiga ante tus encantos. Es más, yo conozco a una muchacha que estudia en cierta prestigiosa universidad privada de La Paz cuya mayor aspiración es conocer a un europeo en un boliche, enamorar, casarse y salir del país. Esto es más que chiste u ocurrencia, es triste y grave. Ella lleva años en la faena, y empieza a desesperarse por la extraña sensación de que el culo se le chorrea y su tren se va. ¡Qué mentalidad como estrecha!, yo digo. Y pienso además que este caso es totalmente distinto al de los que realmente padecen las circunstancias de nuestro país, y desesperados deciden lanzarse a la posibilidad de una mejor vida fuera de nuestras fronteras. Eso de soñar una mejor vida afuera se ve a todo nivel y todos en algún momento lo hemos pensado, uno de cada dos bolivianos quiere irse, y eso nada tiene que ver con el amor que le tenemos a nuestra tierra, nuestra cultura, nuestra forma de vivir.
Fuerzas ajenas a la voluntad de los ciudadanos del mundo que somos hacen que la situación del extranjero en Bolivia sea la otra cara de la situación de un boliviano en el extranjero. Varias ideas se me quedan en el tintero respecto a este tema, y otras tantas por rumiar. A usted, amigo lector, ¿le parece injusto? ¿Qué podemos hacer al respecto?
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
3 comments:
Oso querido, aquí en Santa Cruz se dice que una mujer cruceña, hasta sus 24 puede conseguir un camba, de los 24 a los 30 está "pa' kolla" y de 30 para adelante "está pa' gringo".
En fin, con el último párrafo de tu texto me convenzo una vez más que la forma de pensar en Oriente y Occidente no es taaaan distinta después de todo.
Un enorme abrazo.
Jajaja...
Eso que dice Vania es cierto.
Tu también vienes al encuentro?
Qué gusto haberte conocido.
A ver si posteas algo sobre el encuentro.
Un fuerte abrazo.
Post a Comment