4.12.06

Platanitos rancios

Pocas veces me tocó esperar a Marianela. Yo era el mal acostumbrado que solía llegar tarde a nuestros encuentros. Creo que incluso la ocasión a la que voy a referirme llegué un poco tarde, menos que otras veces, sí, pero tarde. Lo que sucedió es que ella me había citado antes de tiempo. Supongo que teníamos algo importante que hacer y por eso tomó sus previsiones.
El asunto es que yo estaba parado allí, en la esquina de la plaza triangular, mal enmarcado en tiempo y espacio, como casi siempre. Viendo a uno y otro lado por si ella se aparecía, sospechando que tal vez mi reloj se había atrasado igual que su dueño, y que ella, a manera de darme una lección, se había ido sin mí. Este tipo cree que lo voy a esperar siempre, es hora de que aprenda a llegar puntual o se empiece a olvidar de lo nuestro, pensé que ella pensaba.
Para apaciguar mis ansias compré una bolsa de platanitos fritos. Hacia tiempo estaba antojado de platanitos fritos, y compré unos antes de llamar al celular de Marianela del mismo kiosco. Masticaba el primero cuando me contestó diciendo que ya estaba por llegar, que esperase un minuto. Estos platanitos no eran como los de mi casera en la universidad, estaban horribles, nada crocantes, parecían chicle. De todas maneras, de forma automática, seguía engulléndome los putos platanitos. A mitad de la bolsa llegó ella. Le ofrecí platanitos y coincidió en que estaban horribles.
—Una huevada de platanitos, ¿por qué los seguimos comiendo? —me pregunté a mí mismo en vos alta, mirando sus ojos.
-Yo te voy a decir porqué —atrajo mi atención—. Porque estabas antojado de platanitos frescos y crocantes y te vienen a tocar unos rancios y hasta cochinos, pero tú tienes la esperanza de que al menos uno de toda la bolsa esté bueno. Lo más probable es que no sea así, y de todas formas te los engulles todos con la remota esperanza de que el antojo se te pase cuando los acabes. O por último quieres creer que esos eran los platanitos que buscabas y deseabas relamiéndote, así que al terminártelos, acabas creyendo, aunque en el fondo no creas, que esos eran tus platanitos. Y así, callado, te quedas feliz y satisfecho.
En tanto explicaba le metíamos a la par los famosos platanitos, y finalizando su disertación no quedaba uno solo. Lo único que dejaron esas frituras, al menos a mí, fue un mal sabor de boca. Pasó mucho tiempo antes de que pensara que seguramente yo le dejé ese mismo sabor amargo y pesado en la boca a Marianela. Yo, yo le dejé ese sabor, como si fuese un platanito hediondo elevado a la enésima potencia. Sí. No es que haya sido o sea un mal tipo, pero sabía que le encantaban los detalles y ni siquiera le di una margarita arrancada de la jardinera central de la avenida Bush. Ni una carta o tarjeta comprada o impresa a computadora, o aunque sea fotocopiada. Nada de nada. Unos pocos chistes y piropos zalameros de esos que se aprenden en las telenovelas que le debe seguir gustando ver.
—Amor, creo que ha pasado suficiente tiempo y es hora de que mis padres sepan de lo nuestro.
Así me decía.
—Princesita, hay que ir poco a poco. Sabes que yo te amo, pero hay que ir poco a poco. Me han roto el corazón varias veces y a ti también, es mejor que sigamos siendo amigos y la relación vaya creciendo así, y vaya por donde deba ir. Hay que dejar que las cosas sigan su rumbo natural, es más maduro— yo le contestaba.
Tal vez me hubiese comportado de otra manera si Marianela hubiese rechazado los platanitos, o me hubiese dicho que bote esa cochinada de frituras, o si hubiese llegado antes que yo y se hubiese ido sin mí en una de esas primeras citas. En fin, el hubiese no nos lleva a ningún lado, ella tendría que volver a nacer para que se cumpla cualquiera de esos hubieses, y yo también.
La verdad siempre es más cruel, y yo no perdí la oportunidad de llevar a la práctica lo que un día que faltó el profesor de sociales nos enseñó entre chiste y chiste el director de secundaria. Es lo siguiente: para qué comprar la vaca si puedes tomar la leche gratis. Entonces yo no entendí lo que quiso decir, y por eso mismo me lo guardé en la memoria, parecía sabio y algún día me podría servir. Como que hasta ahora me sirve y me seguirá sirviendo. Gracias a esa lección conservaré los mejores recuerdos de mi juventud y, en sí, de mi vida.
Marianela era tremenda haciendo cositas, y debe seguir siendo. Además se adaptaba a todo, podía comer cualquier platanito, je je je. Era malísima para el billar pero la pasaba bien jugando conmigo, dejándose ganar cuando jugábamos por hobby o por prendas. Sólo prendas íntimas, por supuesto, hubiese sido un escándalo: ella sin lo de arriba en ese billar de la Villa Lobos que para lleno. Y tampoco era mi intención resfriarla.
Primero se sacaba los aretes y los anillos, y luego la mandaba al baño a que se quitase el sostén y el calzón. Era muy lindo verle los pechos completos tras el escote cuando se agachaba a golpear las bolas con el taco. Le daba como sea y luego yo me cruzaba con ella para embocar una bola después de rozarle los pezones por encima de la blusa. Adivinar sus pezones erectos bajo la blusa era una belleza. Pero me excitaba especialmente el momento en que salía del baño y me mostraba, como un secreto, su tanga dentro de la cartera. Se ponía de espaldas muy junto a mí y abría el cierre del bolso para mis ojos, y luego yo le metía los dedos bajo el pantalón, por delante, y juntábamos las lenguas antes de separarnos para seguir dándole al taco.
Hago varios juegos de ese estilo a manera de encender la cama, pero ese me recuerda especialmente a Marianela, porque la primera vez que lo hice fue con ella. Hay otros en los que la chica que aparece en mi recuerdo podría ser tanto una como otra, o dos, o varias. La memoria es algo extraño, incluso hay cosas que no sé si hice o vi en una película. Con los años esto se debe agudizar, y es algo que no me importa en lo más mínimo. En todo caso me alegra. Al final recordaré mi vida tan plena como en las películas o telenovelas que le gustaban y le deben seguir gustando tanto a Marianela.
Obvio que siempre tendré presente lo buena que era tirando. Como se movía cuando estaba encima de mí, como gritaba. Quizá también me esté equivocando, y por tratarse de una de las primeras experiencias en mi carrera de patán la recuerde maravillosa. ¡La memoria y sus engaños! Sólo para comprobarlo, voy a llamarla cuando vaya a La Paz. Recordaremos viejos tiempos siempre y cuando se comporte y no me salga con asuntos de pensiones o de ver a mi supuesto hijo. Con todo respeto: son macanas con intención de amarrarle los huevos a uno. A mis años no estoy para eso, sé lo que quiero. No me conformo con platanitos rancios, tengo que buscar lo mejor. Si tal existe, entonces me quedo con ello. Mientras tanto, ¿para qué comprar la vaca si se puede beber su leche? Sí, Marianela es un buen motivo para darse una vueltita por La Paz.

7 comments:

Vania B. said...

Al final el muy bolas del cuento se va a quedar sin leche que beber y muchos terneros que alimentar jeje.

Estido said...

Eduardito calenturiento, me has hecho cagar de risa, literalmente... yaaaaaa!
Gran giro de tuerca, inesperado, hace cumplir la característica centrípeta del cuento. El cambio en el lenguaje del personaje, de romántico a grosero, me estaba chocando, pero al final todo encaja, los puntos dispersos se congregan en el núcleo de la anécdota. Bien, che.

Un abrazo.

Sakura said...

jajajaja... y la mina todavía tendrá ganas de él?... bueno quien sabe...

Saludos =)

none said...

Querido oso:
Estoy un poco preocupado por vos, llamame cuando puedas...

(Tengo unas amigas a las que les gustan los ecritores y los platanitos, me consta)

Edu said...

De acuerdo contigo capsula. Es lo que suele pasar con este tipo de personajes bolas.
Gracias Estido, que rico comentario. Es la verdad nomás: una gran preocupación en mi vida es el sexo y sus diversidades.
Hay de todo Sakura, yo creo que otra vez caería

Edu said...

Ja ja ja. un jodido eres, ¿no? quiltro iracundo. Che, vamos pues a la hemeroteca, te he de llamar.

Aprendiz de la vida said...

mmm q se me hace q al de la historia se le va aguar la fiesta cuando encuentre una de esas q le ponen los pies en la tierra, de aquellas q te hacen adictos a la leche pil y luego resulta q cierran la fábrica, y vas al mercado a buscar y no hay, y no hay, entonces volvés, te comprás la fábrica y la abrís de nuevo. jajajaja
Es un boludo!...
Un saludo, gracias por entrar a mi blog, y si, me gusta Sabina, lo conocí cuando estuve en Valencia, no comparto su filosofia de vida, pero escribe bien, y bueno, tiene una q otra cosa con sentido.