En La Paz, y no sé en qué otras ciudades, hay unos autos dedicados al transporte público que alguien tuvo a bien definir como trufis. Trufi quiere decir taxi de ruta fija, y yo, como tantos ciudadanos, lo utilizo a diario para ir al trabajo. Cuando me subo al trufi a las ocho menos cinco, sucede algo totalmente distinto de lo que sucedería si me subo a las ocho y cinco.
Los pasajeros de primera hora suelen ser oficinistas apurados, seguramente marcan tarjeta o firman algún cuaderno de control con un inmenso reloj al lado, destinado a evitar el trabajoso ejercicio de poner la muñeca al alcance de los ojos, proceso en el que además se perdería más tiempo antes de anotar la hora de ingreso; al menos en mi trabajo así son las cosas, pero ese es otro cuento, lo importante es que todos vamos apurados a esta hora, misma en que los trufis de Los Pinos tardan menos de cinco cuadras en llenarse. Entonces la ventaja es que nunca va a faltar un pasajero diciendo: maestro, si todos van hasta el centro, ¿podemos ir por la costanera? A lo que el chofer pregunta: ¿todos van al centro? Sí, sí, mejor todo por atrás, así nos evitamos la trancadera, consiente algún pasajero y los circunstanciales compañeros asentimos alegres. Nos quitamos de encima el peso de todos los semáforos en rojo que podrían significar algunos minutos de atraso.
Nótese algo interesante: cuando el taxi de ruta fija deja de serlo, mi día, igual que el de tantos otros, ha comenzado de la mejor manera posible. Puedo subir caminando la cuesta de la Rosendo Gutiérrez, en una de esas hasta me tomo un juguito de naranja en la 20 de octubre, ideal para mi estómago vacío.
Ahora, tomando el auto a las ocho y cinco debo resignarme a llegar hasta quince minutos tarde: la ruta fija de hecho se cumple. Las calles pueden estar saturadas o medianamente llenas, pero nunca límpidas, y en estos avatares que comprometen la nerviosidad del cliente, a manera de pasar el tiempo, me planteo una vez más el eterno problema del quinto pasajero, ¿indigno o sobrante? Algo así rezaba hasta hace poco un inmenso cartel en la avenida Ballivián.
Este quinto pasajero redunda en un dilema así como el de buscarle la quinta rueda al coche o los tres pies al gato, aunque esta vez el asunto estaría resuelto: ahí mismo, al lado del chofer, está el espacio para el quinto pasajero, sacado de donde no hay, tomado de los pelos, funcional y casi inamovible. Dependiendo de las circunstancias, ser el quinto pasajero puede resultar malo, bueno o incluso saludable para el ciudadano de a pie; respetar al cuarto sería también un acto de caballerosidad y amable diligencia. Dos o tres ejemplos.
Las seis de la tarde y media. Todos se están recogiendo del trabajo y en la avenida Montes un respetable caballero abre la puerta delantera del trufi para subir ayudado por su bastón. Más abajo, a la altura de la iglesia de San Francisco, dado que en la Pérez no se para, se agolpan no sé cuántos pasajeros. El chofer impide que uno de más se taquee al lado del respetable caballero. Debería dejarlo subir nomás, yo me acomodo; aduce este último. No señor, ¿cómo lo voy a incomodar así?, contesta el conductor. Por la avenida Mariscal Santa Cruz el semáforo da rojo, un peatón intenta subir pese a que el auto está en el carril medio, se le niega la entrada con un gesto y cerrando la puerta que ya había abierto.
Otro ejemplo. Pasada la una de la tarde el trufi se dirige del centro a la zona sur con cuatro pasajeros. En la 16 de obrajes una muchacha sube. ¡Qué le pasa, está prohibido llevar quinto pasajero!, se altera el amigo que va adelante. La muchacha ya se ha subido incomodándolo y estamos avanzando, el chofer contesta: siempre llevamos, la gente sabe, usted no debe ser gente. Me voy a bajar, el otro todavía sube el tono. Bájese pero me paga. Se baja sin pagar y el chofer baja tras él. Se arrostran y ninguno se anima a lanzar el primer golpe. ¡Vamos al transito!, se sube el alterado pasajero y despotrica buscando ganar lo que para él debe ser una contienda de vida o muerte, ¡vamos al transito carajo!, repite. Si van al transito pierde los demás pasajeros, los otros cuatro nos bajamos sin pagarle; sentencia alguien de atrás. Como estamos en Calacoto, cerca al final de la ruta, esto no le conviene al conductor. Finalmente el alterado amigo se baja en la esquina del que sólo Dios sabrá si era su destino. Paga y sale sin cerrar la puerta. El chofer la cierra y una doñita comenta: se ha debido pelear con su mujer y viene a desquitarse, está mal que haya quinto pasajero, pero qué vamos a hacer, a esta hora tenemos que llegar a nuestras casas, almorzar como locos y volver a salir.
Último ejemplo. Estoy tarde, levanto el dedo índice con intenciones de que el trufi me recoja, hay tres personas atrás y una adelante; encima de que estoy tarde, en un acto de consciencia ciudadana, el conductor me desprecia como quinto pasajero… No hay derecho señores. Es sabido que con tal de llegar a destino, los más de los transeúntes preferimos ir incómodos, doblados en ocho y atenidos a la imprudencia de quien maneja tanto como a nuestra suerte. Ahora también está la posibilidad, acaso remota, de que siendo uno el quinto, la cuarta resulte ser una muchacha de fresco aroma, que acosada por el frío de la mañana, en un acto de tácita o inconsciente confianza, pose la pierna cerca, incluso encima de la del otrora despreciado quinto. Entonces el calor sustituye cualquier incomodidad o palabra de más, el trabajador llega tarde e inexplicablemente contento ante los ojos de quien tiene el ingrato oficio de controlar la hora de llegada. Ese quinto espacio al lado del chofer le ha hecho un bien al universo. Punto.
Las disputas y amistades que se pueden trabar con la excusa del controvertido quinto pasajero, son muchas, y yo pienso que el trufi es un poco como todo, también un poco como nuestro país, la pregunta es: ¿dónde estarán los conductores y pasajeros dispuesto a ceder o compartir algo de su espacio?
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8 comments:
Ves?, lo mismo que le dije al perro.
Aquí también el transporte público es fuente de inspiración. Muchas historias.Cuando era nena, a eso de los 14 añitos, al primer chico que me gustó lo conocí en el micro. Bueno, lo conocí conocí años después, cuando ya no me gustaba y no en el micro...pero así fue.
Así nomás es. Pero a mí me gusta ir en micro y me gusta manejar también; es más, desde que aprendí a manejar he estado abandonando a mis micritos, pero nunca del todo, soy fiel, pero eso sí ODIO ir en taxi, es lo peor.
Bueno, creo que me pasé, no?...soy habladora pues, más aún cuando escribo.
:)
Realmente es un tema con muchos puntos de vista distintos y de fuerte impacto, por lo menos una vez alguien ha sido 5º pasajero durante su vida y creo que por eso también muchos pasjeros ya no objetan lo del 5º pasajero.
En definitiva es un riesgo el de la conducción con la persona pegada al conductor, sin embargo como dices "... Es sabido que con tal de llegar a destino, los más de los transeúntes preferimos ir incómodos, doblados en ocho y atenidos a la imprudencia de quien maneja tanto como a nuestra suerte."
Creo que mientras no tengamos un medio de transporte masivo y de tiempo reducido la discusión no terminará, porque entonces si lo tuvieramos no tendríamos excusas para decir que el transporte es lento y uno necesita llegar lo antes posible a su destino aunque tenga que afrontar incomodidades y riesgos.
Yo estaría dispuesta a dejar de ser el 5º pasajero cuando también encuentre más opciones de transporte, y ustedes?
Creo que la palabra clave sería - comprensión- : Ponerse en el lugar del otro. Y eso debería hacerlo el que viaja de quinto pasajero con respecto al cuarto, que es a quien incomoda; y los demás pasajeros con respecto a el.
Es cierto, como dice Sakura, cuando tengamos más opciones naturalmente esta opción dejará de serlo.
Y si, parece que buenas historias nacen de los micros.
Saludos.
Pao: no hay que dejar de salir en micro o minibús, siempre hay alguna historia digna de contarse, los latidos de la ciudad se sienten en sus calles y en sus minibuses.
Ceci y rafa: hablan con la verdad, es jodido eso de la gente que ha sido desde siempre quinto pasajero y, al no conocer la otra opción, ¿cómo va a reclamar? Lo grave de implementar otros medios de transporte es todas las huelgas de trasportistas y el despelote que tendríamos que enfrentar para lograr un cambio, una vez más, comprendernos unos a otros es complicado.
Ser el cuarto pasajero es un drama, pues te toca viajar con "la raya" en el freno de mano, sobretodo cuando el almohadoncito que ponen algunos trufis es delgado.
Buena crónica querido osesno.
Ah! encontré tu libro en mi maleta. Ya lo leí. Mi favorita -favorita: La verruga del infierno.
Besos.
Compadre Oso rabioso, haz como yo volvete neurótico y si tienes la misma suerte que la mia, en un dia se te sube de quinto pasajero una azafata de american aerlines y te apechugas a ella hasta que se baje y vos te bajas dos cuadras despues para disimular. Yo tenia que bajar en la U, en la calle 2 de obrajes y me he ido hasta la calle 20 de achumani por nada más jejejejeje (he bajado dos calles despues por verguenza al chofer que me miraba con envidia) y buena crónica compadre. Un abrazo.
Como no hay más opciones, ni modo, viejito, hay que tolerar lo del quinto pasajero, que por lo demás, hasta que alguien demuestre lo contrario, hasta ahora no ha originado ningún accidente de tránsito. Un abrazo.
Vania: ¡Qué bien que ya lo leíste! Ese cuento es el preferido de muchos. Tu comentario me hace pensar que en realidad hay dos quintos pasajeros, ¿cuál de los dos de adelante va cómodo? Uno se rompe la espalda y el otro el culo.
Oscar: con la asafata que me has hecho imaginar yo también me hubiese ido hasta el infierno mismo. Un abrazo virtual.
Willy: cierto, no creo que haya ocasionado un accidente, máxoma habrá llegado a un trifulca entre pasajero y chofer. Un abrazo hermano.
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