13.8.07

Cicatriz: un libro de cuentos de Eduardo Alvarez Sanchez

Dos reseñas de dos cuentos cotidianos

Gabriel Pantoja G.
El pájaro errante

Al autor lo conocí un lunes a las ocho de la noche, en un boliche, cuando los vasos están limpios y el vino no escasea. Me compartió sus inquietudes literarias. Hablamos un poco de poesía, de escrituras alternas, y fue esa imprudencia mía preguntarle si había publicado algo reciente. Para mi sorpresa, sacó un libro como se saca un pañuelo del bolsillo. Me lo dedicó esa vez; ahora creo que lo pensaría dos veces, pues, cometió una imprudencia. Al finalizar la noche le prometí reseñarlo, o algo parecido. Han pasado varias semanas y esto ya se convertía en una mentira más.

Cicatriz
Desde la dedicatoria puedo colegir el rasgo de la profesión del autor: “A mi padre por enseñarme a jugar”. El juego, como quien diría, es una función elemental de la vida humana, sin él, prácticamente, no existiría cultura. Lo lúdico está presente en nuestro destino humano, y generosamente para el artista. Esta introducción es la primera pauta de lo que serán en posteridad los cuentos del autor. Hojeando el libro más allá y después de esta dedicatoria me encuentro con la primera cicatriz-estimo-, el prólogo. Sobre el prologuista debo decir ciertas cosas, su fidelidad con el autor, su falta de sinceridad, si no, su escaso conocimiento del género. Recuerdo aquel prólogo de Manfredo Kempff S. que hizo a Esa distancia particular, libro de poemas de Mauro Bertero, que empieza diciendo: “Nunca he sido conocedor de la poesía, ni me he preciado de haber sido, tampoco, un gran lector…”¡Modestia aparte! ¡Excusa por demás! El prólogo cuando no es bueno es impertinente y por tanto innecesario. A este libro no le falta un prólogo de esta magnitud.

“Cicatriz”

Un momento en la vida de un talentoso peluquero es sin duda el cuento “Cicatriz”, el primero de este libro, de Eduardo Alvarez. Encontramos en este cuento un bello reflejo de la posibilidad del hombre frente a su entorno. El personaje nacido de la clase media pobre se enfrenta con cierta capacidad a la realidad cotidiana.

La cotidianidad es un espectáculo que hay que recrearlo con mano hábil. Hay una lucha patética y trágica en ella. El autor comprende esta posibilidad y se entrega no a la piadosa contemplación sino a la acción ritual de la realidad en el corte de pelo. Hay un acto romántico en esta vinculación peluquero y cliente, una ceremonia cotidiana. Así lo pensé mientras leía este cuento.

Romper la apatía del lector quien se aferra a su realidad es difícil. Por eso creo que las historias que se relacionan con su cotidianidad recrean su vida; se ven identificados con la reflexión de su rutina. “Cicatriz” es algo así. Una hermana solterona y una madre divorciada y el padre enfermo es la imagen del hogar que queda. Al hijo rebelde-alejado de la casa paterna-sólo le queda la posibilidad de la sobrevivencia, aunque, no patética, pues, éste, le saca partido a la adversidad con humor.

Aunque subyacente pero procaz la narración nos envuelve en esa cara de la vida, el juego. Si hay un límite a este desenfreno es la imagen del padre enfermo, que al final muere. Hay frivolidad, sí, en alguno de sus actos del personaje, como el de cortar la oreja a un cliente y estar tan tranquilo al respecto, o gritarle al chofer de un micro. Si de símbolos hablamos en la cabeza del personaje hay una cicatriz. Esta cicatriz, causa o no de su irreverencia, permite que cada escena sea un acto lúdico. El narrador es irónico, hilarante y desenvuelto con esta imagen.

“La verruga y el infierno”

“La verruga y el infierno” es otro de los cuentos de este mi amigo escritor. El argumento es sencillo, hay una deudora llamada Gabriela y como acreedores una familia, entre los cuales hay una Gabriela, la narradora. Se produce al final un crimen. La excusa para este crimen-si es que hay una excusa para el crimen-, la verruga en el rostro de la abuela. El primer párrafo de este cuento y el último son perfectas maquinarias narrativas: principio y culminación. Perfectas digo porque hay una construcción anticipada de los hechos y un juego de sentidos. Nadie se daría cuenta que el cuento acabaría con una muerte, injustificada viendo las circunstancias que lo condujeron. Gabriela es una niña con rasgos dulces e inocentes, nadie sospecha que tiene una intensión para con su abuela. Críticos podrían argüir la culpa a las películas que vio, pero yo podría decir, el culpable es la imaginación desbordante de infancia. Ella nos entretiene a nosotros incautos lectores, y hasta aburre con la historia de los problemas financieros de su familia, pero de forma insospechada está abriendo el camino para su acto final.

Si en una palabra definiría Cicatriz es COTIDIANIDAD. Si algo le criticaría a su autor es su libertad de estilo temprano, su sinceridad en algunas entradas. Estas posibilidades expresivas en mano de un escritor joven son meros experimentos, como es el caso de “Correspondencia extraviada”. Como el titulo lo señala son correspondencias, pero el caso está en que, un cuento en esta magnitud no sobresale. La correspondencia se limita, en todo caso, a la comunicación a secas y no así al hecho narrativo-ficcional. La utilización de la primera persona (recurso autobiográfico), en este caso no constituye para el argumento íntegro y nos señala historias fragmentadas o varias voces, entre el remitente y el destinatario. Hay una propuesta al respecto interesante de Silvina Ocampo de un cuento en correspondencia titulada “La casa de los relojes”, en el libro de cuentos La furia. En este cuento la historia se desenvuelve según el argumento autobiográfico del que remite; en esta comunicación, no participa el destinatario que en todo caso, debería ser de forma implícita el mismo lector. Correspondencia aparte y cuento será mejor en Cicatriz.

1 comment:

Careta de Palo said...

Osito! a ver si te das una vuelta por el blog... los estamos invitando para la temporada de la nueva obra...! un abrazo, te esperamos dentro de nuestra cotidianidad!!!